No es lo mismo estar fuera que estar
dentro,
viendo pasar la vida al instante, al
momento,
a la hora, en un minuto, bajo la lluvia,
al sereno,
plantándole cara al viento
y saliendo anhelante a tu encuentro.
No es lo mismo estar fuera que estar
dentro,
toreando un café bien cargado en una
tarde de estío
a la hora más taurina, donde nunca cabe
el frío,
mirándonos a los ojos, adornando las
miradas
con lances por revoleras,
luciéndonos en el tercio de la dicha y
el contento,
diciendo adiós en silencio con una larga
cambiada,
y cargando bien la suerte
con susurros, una lágrima y un beso.
El humo flota en la estancia
en el espacio del bar que dejamos aquel
día,
y se adueña del recuerdo trepando,
subiendo, bajando, enredando como hiedra
juguetona y excitada, cual hiedra de
enamorados
que se enreda entre las piernas,
piernas que se rozan bajo el mármol
y se enraízan en las patas de una mesa,
patas de forja, mesa de mármol,
hiedra que mata y como rayo descarga
sobre las piernas de los amantes
atándolas de por vida, luego las mata,
las liga,
y la mano del hombre, que se desliza
sobre una liga,
se quema y funde la forja de las patas
de la mesa.
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